martes, 12 de noviembre de 2013

- El Disfraz -


Conforme me iba acercando al instituto, se me iba haciendo un nudo en el estomago. No era emoción ni ilusión, era un recelo total y absoluto a exhibirme. Toda la tónica distendida que había llevado durante la semana respecto a este día, bromeando incluso, se me antojaba ahora muy falsa. Curiosamente disfrazado me sentía más honesto conmigo mismo.


Durante toda la mañana que pasé vestido de brujo, bailaron conmigo dos “fuerzas”: la primera era racional, e intentaba distraerme de mi situación, en un flujo continuo de análisis de las reacciones ajenas, y las propias, intentando refugiar el poco ego que me quedaba en una objetividad empírica, en un monólogo interior totalmente hipócrita; la segunda era algo mas…basal, visceral, me llegaba desde todas las terminaciones nerviosas del tronco, sobre todo el plexo y la boca del estómago. De ella provenían unas ganas imperiosas de desvanecerme en el aire de la vista de todos, pena que lo de brujo solo fuese fachada. Realmente a esta última achaqué mayor consideración que a la primera, y con esto quiero decir que aun llamando a las dos “fuerzas” por sentirme afectado por ambas en un sentido más amplio, es solo fruto de la reflexión posterior. En ese momento todo era confusión y nerviosismo. Y sin embargo, tendía a considerar la primera más propia de un yo postizo e irrisorio, mientras que la segunda era algo que intentar controlar, pero a la vez más auténtico. Medité sobre cuál de las dos podría definir a un Antonio mas de acuerdo con mi concepción de mi mismo, pero realmente no puedo evitar inclinarme por la segunda, era algo mas…antiguo (como explicare hacia el final del artículo).

También creo, esta experiencia ayuda a meditar sobre tus propias herramientas hacia/contra los demás. Además de las citadas conversaciones para conmigo mismo, mi otra preocupación era “que no se notase”.  Y pienso realmente que aquí está el quid de la cuestión. El disfraz rompe un hito importante en nuestro día a día, y es que, propiamente dicho, te desnuda. Te genera un sentimiento de indefensión, es la misma sensación que ir en bolas. Esto me hace plantearme que es realmente sentirse desnudo, y para ello no puedo evitar meditar sobre el yo. El yo como escudo. ¿Tanto afecta (o me afecta, no generalizo) no ser tu mismo por un día (más bien, no parecerlo)? ¿Es pues el ego fruto del miedo al cambio? ¿Es el ego el disfraz, la herramienta o la contraherramienta (¿depende del fin?)? ¿Necesitamos, en nuestras pequeñas egolatrías, un concepto estable de lo que somos, un recordatorio continuo de que existimos (tal vez para evitar pensar que morimos)?

Y si esto fuere así, sería una concepción vacía y estética, superflua, puesto que la ocupación última de un disfraz es ser un medio (herramienta) para ocultarte de los demás, no de ti mismo. Así pues, parece que lo que somos ocupa un segundo lugar, por detrás de lo que parece que somos. ¿Es entonces un tipo tímido mas extrovertido que uno exhibicionista? ¿O solo más honesto consigo mismo (¿o no tiene que ver?)? ¿Puede legar esto a ser una barrera para conseguir nuestros fines?



Por último, esta experiencia me hizo pensar en mi niñez, de la que en cierta forma puedo alardear de guardar lúcidos recuerdos. Filósofos, científicos, literatos, …culturetas muchos de campos muy distintos han recordado su infancia con ironía, veneración, o con curiosidad vehemente,  por ser una época de paz espiritual y artística, una calma previa a la tempestad, antes de, cómo diría Siles en su poesía “Monólogo del Condor” (que leí en un cuento de mi niñez y en la que pensé ese día) - lanzarse en espiral hacia el porqué de uno mismo -. Y lo que diré a continuación no es nostalgia, sino aliento.

Creo que cuando éramos niños, teníamos el inmenso disfrute de ser espectadores únicos y secretos de nosotros mismos. El responder ante tus padres no era un drama, todo era aventura, no había dudas ni dobles vueltas de sentido, siquiera las mal intencionadas palabras no duraban más que un momento, una herida que rápidamente sanaba. Las búsquedas y las odiseas personales no asustaban ni removían lo que éramos, y si lo hacían, entendíamos que era un ascenso hacia mejorar siempre(quizás hable muy a la ligera para otros, pero es como lo viví). Todo tenía misterio y emoción.

De seguro, no me habría dado vergüenza disfrazarme con tres años (a lo que por cierto era muy aficionado xD) delante de los demás. Lo habría vivido con intensidad, pero con ilusión. El nerviosismo segregaría alegría, no angustia. Esa fuerza “antigua” (antigua por remontarme a la emoción infantil) que me movía a estar hecho un manojo de nervios frente a una situación que se salía de mi pequeño rictus este pasado lunes, no es la que generaba el conflicto.  El conflicto es esa primera voluntad interpretativa, gafada ya por podrida en prejuicios, esa irracional búsqueda de raciocinio contra la llana aceptación y admiración de lo que te acontece en el presente, plagada de temores y dudas que hemos desaprendido a separar de nuestro ego narcisista, y por tanto creemos herirnos si dudamos de nosotros mismos...erróneamente. ¿Cuándo pasó que las ganas de aventura fueron reprimidas por el miedo a lo desconocido? ¿Qué es lo que se ha disfrazado desde aquellos años?


Mi consejo, es que probéis a desnudaros para averiguarlo ; )



1 comentario:

  1. !Guau! Has realizado una multitud de preguntas que creo que tienen su respuesta en función de cada individuo.( Y otras que siempre permanecerán sin su respuesta.)
    Personalmente, creo que cada persona tiene su pequeña coraza que nos protege de las cosas que más nos asustan. Viviendo la sociedad en la que vivimos donde la imagen lo es todo. ¿Quién no querría esconderse?
    En tu pregunta de "¿Tanto afecta no ser tu mismo por un día?" En mi opinión, creo que es totalmente al contrario, relacionándolo con la coraza antes mencionada, no creo que podamos definirnos como "yo mismo" en toda su plenitud, actuamos demasiado influenciados por nuestro entorno y sociedad. Huimos de nosotros mismo, incrementando el rebaño, con esas estúpidas leyes de estética y acongojo social.
    Vivimos en un mundo donde abundan las tortugas, en las que cada cual se desnuda con las personas con las que más seguro te sientes.

    ResponderEliminar