Conforme me iba acercando al instituto, se me iba haciendo
un nudo en el estomago. No era emoción ni ilusión, era un recelo total y
absoluto a exhibirme. Toda la tónica distendida que había llevado durante la
semana respecto a este día, bromeando incluso, se me antojaba ahora muy falsa.
Curiosamente disfrazado me sentía más honesto conmigo mismo.
Durante toda la mañana que pasé vestido de brujo, bailaron
conmigo dos “fuerzas”: la primera era racional, e intentaba distraerme
de mi situación, en un flujo continuo de análisis de las reacciones ajenas, y
las propias, intentando refugiar el poco ego que me quedaba en una objetividad
empírica, en un monólogo interior totalmente hipócrita; la segunda era
algo mas…basal, visceral, me llegaba desde todas las terminaciones
nerviosas del tronco, sobre todo el plexo y la boca del estómago. De ella
provenían unas ganas imperiosas de desvanecerme en el aire de la vista de
todos, pena que lo de brujo solo fuese fachada. Realmente a esta
última achaqué mayor consideración que a la primera, y con esto quiero decir
que aun llamando a las dos “fuerzas” por sentirme afectado por ambas en un
sentido más amplio, es solo fruto de la reflexión posterior. En ese momento todo era
confusión y nerviosismo. Y sin embargo, tendía a considerar la primera más
propia de un yo postizo e irrisorio, mientras que la segunda era algo
que intentar controlar, pero a la vez más auténtico. Medité sobre cuál
de las dos podría definir a un Antonio mas de acuerdo con mi concepción de
mi mismo, pero realmente no puedo evitar inclinarme por la segunda, era
algo mas…antiguo (como explicare hacia el final del artículo).
También creo, esta experiencia ayuda a meditar sobre tus
propias herramientas hacia/contra los demás. Además de las
citadas conversaciones para conmigo mismo, mi otra preocupación era “que no
se notase”. Y pienso realmente que
aquí está el quid de la cuestión. El disfraz rompe un hito importante en nuestro
día a día, y es que, propiamente dicho, te desnuda. Te genera un sentimiento de indefensión, es la misma sensación que ir en bolas. Esto
me hace plantearme que es realmente sentirse desnudo, y para ello no
puedo evitar meditar sobre el yo. El yo como escudo. ¿Tanto afecta (o me
afecta, no generalizo) no ser tu mismo por un día (más bien, no parecerlo)?
¿Es pues el ego fruto del miedo al cambio? ¿Es el ego el disfraz, la
herramienta o la contraherramienta (¿depende del fin?)? ¿Necesitamos, en
nuestras pequeñas egolatrías, un concepto estable de lo que somos, un
recordatorio continuo de que existimos (tal vez para evitar pensar que
morimos)?
Y si esto fuere así, sería una concepción vacía y estética,
superflua, puesto que la ocupación última de un disfraz es ser un medio
(herramienta) para ocultarte de los demás, no de ti mismo. Así pues, parece que
lo que somos ocupa un segundo lugar, por detrás de lo que parece que
somos. ¿Es entonces un tipo tímido mas extrovertido que uno exhibicionista? ¿O
solo más honesto consigo mismo (¿o no tiene que ver?)? ¿Puede legar esto a ser una barrera para conseguir nuestros fines?
Por último, esta experiencia me hizo pensar en mi niñez,
de la que en cierta forma puedo alardear de guardar lúcidos recuerdos.
Filósofos, científicos, literatos, …culturetas muchos de campos muy distintos
han recordado su infancia con ironía, veneración, o con curiosidad vehemente, por ser una época de paz espiritual y
artística, una calma previa a la tempestad, antes de, cómo diría Siles en
su poesía “Monólogo del Condor” (que leí en un cuento de mi niñez y en la que
pensé ese día) - lanzarse en espiral hacia el porqué de uno mismo -. Y
lo que diré a continuación no es nostalgia, sino aliento.
Creo que cuando éramos niños, teníamos el inmenso disfrute
de ser espectadores únicos y secretos de nosotros mismos.
El responder ante tus padres no era un drama, todo era aventura, no había dudas
ni dobles vueltas de sentido, siquiera las mal intencionadas palabras no
duraban más que un momento, una herida que rápidamente sanaba. Las búsquedas y
las odiseas personales no asustaban ni removían lo que éramos, y si lo hacían,
entendíamos que era un ascenso hacia mejorar siempre(quizás hable muy a la
ligera para otros, pero es como lo viví). Todo tenía misterio y emoción.
De seguro, no me habría dado vergüenza disfrazarme con tres
años (a lo que por cierto era muy aficionado xD) delante de los demás. Lo habría
vivido con intensidad, pero con ilusión. El nerviosismo segregaría
alegría, no angustia. Esa fuerza “antigua” (antigua por remontarme a la emoción
infantil) que me movía a estar hecho un manojo de nervios frente a una
situación que se salía de mi pequeño rictus este pasado lunes, no es la que
generaba el conflicto. El conflicto es
esa primera voluntad interpretativa, gafada ya por podrida en prejuicios, esa
irracional búsqueda de raciocinio contra la llana aceptación y admiración
de lo que te acontece en el presente, plagada de temores y dudas que hemos
desaprendido a separar de nuestro ego narcisista, y por tanto creemos herirnos si dudamos de nosotros mismos...erróneamente. ¿Cuándo pasó que las
ganas de aventura fueron reprimidas por el miedo a lo desconocido? ¿Qué
es lo que se ha disfrazado desde aquellos años?
!Guau! Has realizado una multitud de preguntas que creo que tienen su respuesta en función de cada individuo.( Y otras que siempre permanecerán sin su respuesta.)
ResponderEliminarPersonalmente, creo que cada persona tiene su pequeña coraza que nos protege de las cosas que más nos asustan. Viviendo la sociedad en la que vivimos donde la imagen lo es todo. ¿Quién no querría esconderse?
En tu pregunta de "¿Tanto afecta no ser tu mismo por un día?" En mi opinión, creo que es totalmente al contrario, relacionándolo con la coraza antes mencionada, no creo que podamos definirnos como "yo mismo" en toda su plenitud, actuamos demasiado influenciados por nuestro entorno y sociedad. Huimos de nosotros mismo, incrementando el rebaño, con esas estúpidas leyes de estética y acongojo social.
Vivimos en un mundo donde abundan las tortugas, en las que cada cual se desnuda con las personas con las que más seguro te sientes.