El capítulo entabla el contraste entre las distintas
concepciones de moral/ética en épocas del
pensamiento posteriores a la griega y durante esta. Muy resumido, apelaría a la diferencia ideológica de
considerar las acciones o nuestro “carácter” como decisivos en ser o no morales
o éticos, por así decirlo (“¿Qué es lo correcto hacer?” o bien “¿Cuál es el
mejor modo de vida?”). Para ayudar a diferenciarlo, plantea la posible
distinción entre moralidad, más relacionada con el deber o compromiso social, y
la ética, atribuible a los principios o las disposiciones y la formación como
individuo.
Vista la moral como fruto de una filosofía posterior a la
griega, no me queda otra que pensar en el cristianismo como posible motivo de
este cambio, más condicionado por el miedo al error que por la búsqueda del
acierto, aunque seguramente la estructura por poblaciones también haya tenido
su significancia, pues a partir de que se sustituyen las polis por naciones, no
molestarse unos a otros debe de revalorizarse probablemente.
En la “ética de la virtud” griega al parecer, la depuración
de uno mismo devenía de 4 virtudes : coraje, justicia, templanza e inteligencia.
La persona buena por tanto, no se definía por hacer cosas buenas. Más bien, el
hacer cosas buenas, era síntoma de virtuosismo. Puede resultar confuso entender
la diferencia, que sencillamente reside en lo que prioriza. Hoy día tenemos
valores universales, derechos humanos, escrituras para los creyentes, leyes y
toda clase de guías de la virtud por así llamarlos, que nos dictan que es bueno
o malo, correcto o incorrecto, legal o ilegal, etc. Resulta más lejana la ética
griega, como la preocupación del guerrero por encontrar el estado físico y
mental que le lleva a ser mejor, de la actual mas basada en el correcto modo de
operar matemáticamente según las premisas recalcadas, cediendo la búsqueda del reconocimiento
de uno mismo al psicólogo o psiquiatra remunerado (no es crítica ni
generalismo).
Desde el punto de vista ético planteado por los antiguos
pues, la virtud no consistiría en la búsqueda del buen hacer, sino en el reconocimiento
de uno mismo y la optimización hacia el objetivo, que era eudemónico
(eudaimonia: “felicidad” pero también “colmar”, “llevar una buena vida”).
Da la impresión de que hoy día, en el vórtice de de
entretenimientos y de premisas validas que auto-gratifican sin mucho esfuerzo,
quedan pocos griegos que busquen relacionar su forma de ser con su día a día, y
encontrarse en un estado en el que puedan desarrollarse mas plenamente. Puede
que la gratificación social haya sustituido a la búsqueda del conocimiento que saca de la cueva platónica, al fin y al
cabo, para que salir si te han puesto un sofá y un ordenador a juego con las
sombras de la pared.
Y es que cuando uno se plantea estas cosas, aparecen dos
dudas, la primera atiende a la factibilidad o inviabilidad de esto, y la
segunda atiende a cómo debe hacerse.
Respecto a lo primero, bueno, para mí al menos, no hay más
que ver el panorama político de nuestro país para entrever que hay un serio
déficit ético, que no es incompatible con saberse al dedillo los valores
morales. Quizás, si muchas de las personas, particularmente egoístas, que con su onda expansiva generan mucho daño a
todo un pueblo, se hubiesen puesto por objetivo ser más eficientes en lugar de apostar
por la demagogia y la coacción, no creo que tomaran por superflua la
indignación ciudadana. Si entendieran que el poder está sustentado en la tolerancia
de los de abajo a sus errores, y que no es cuestión de justificar tu bondad o
tu maldad, tu fiabilidad o tu corrupción, tu inocencia o culpabilidad, sino de
ser coherente a tu cargo, el panorama político sería muy distinto, y mucho más
alternante. Porque podría resultar que lo que consigue dicho ente “políticamente
correcto” al preocuparse de la moral más que de la ética propia, es convertirse
en un actorucho que lucha por creerse su propia obra. Podría ser que la
mentira, fuese fruto del intento de hacerte la cara a una careta, en lugar de
buscar una que te valga.
Respecto a lo segundo, y atendiendo al Intelectualismo Moral
socrático citado en el capítulo, creo que aprender te hace fuerte. Si pones suficiente
ímpetu y atención, y buscas siempre enriquecerte, se te abrirán muchas puertas,
a la vez que alimentas juicios para elegir con inteligencia cuales cruzas. Y
esto pienso, te hace llegar al buen hacer.
Para ello y como he llegado a modo de conclusión, es
necesario perder el miedo. Miedo a cambiar, miedo a vivir cosas, miedo a romper
esquemas o a salirse, de vez en cuando, de lo moral en pos de lo ético, y así
darle a la moral el valor que tiene: un modo de no molestarnos unos a otros. No
un medio para triunfar. No buscar la aceptación en el cumplimiento de la norma,
en la ecuanimidad con tus semejantes, sino en el ensalzamiento de uno mismo, en
la defensa del respeto de tu individualidad. Crear tú, en definitiva, tu propia
mascara.
No creo pues, que la principal preocupación sea acceder a la
actuación modélica, sino a la conciencia más elevada posible, y entonces, en
palabras de nuestro profesor de filosofía, se cae solo.
Y ahora os dejo con uno de mis artistas favoritos que tiene una canción bastante aplicable a lo que
he expuesto, y una de sus frases para meditar:
“la felicidad es como el orgasmo…si la piensas mucho, se irá”
xD
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